13 de diciembre de 2011

Miénteme

Miénteme, condéname, encadéname, sedúceme, 
Hazme tuya hasta que muerda de dolor...
Miénteme castígame, enloquéceme, entrégate al delirio... 
Que esta noches estás conmigo,
Que esta noches es para MI.

13 de noviembre de 2011

La flora bibliotequil

Está al teclado una rata de biblioteca: una chica que no puede conciliar el estudio en su casa y huye de la perversión del frigorífico, el perro y la televisión, refugiándose en un asiento de madera incómodo.

Pues bien, llevo varios años fijándome en la flora de estos lares; en los comportamientos de estos vegetales, y he observado varios patrones de conducta que se repiten una y otra vez. Creo que podría dividirlos en dos grupos -y no es muy difícil dicha división-: los considerados "frikis" -por extensión empollones- y los cafres/patanes/tocapelotas (escojan ustedes el adjetivo que más les guste).

Personalmente, he tocado ambos palos -es que me gusta probar de todo, saben ustedes- con lo cual puedo hacer una detallada descripción de ambos bandos. Empezaré por el tocapelotas, que es el primer grupo al que pertenecí. Esta facción se basa en, simplemente, ir a la biblioteca, ocupar un sitio y ponerse a chatear mediante Wapp y/o chat-Tuenti con la Blackberry y sus derivados. Es curioso cómo estos tocapelotas se dispersan por toda la biblioteca y van dando tumbos de un lado a otro para no solo joder a los que estén en su mesa, sino también a los que están en la otra punta de la biblioteca. En mis tiempos, cuando no existían las BB ni los Iphone, lo que se hacía, básicamente, era dar por culo con notitas, estrujándolas para hacer mucho ruido. Mira qué bien: hasta en el modo de joder hemos avanzado.

Otro de los métodos de dar por culo es cotillear con el/la de al lado y reírte como si estuvieras en el banco del parque de al lado de tu casa. Sí, a veces, la risa es inevitable y puedes morir en el intento de aguantarte -me ha pasado-, pero, cuando es a ti a quien joden, la cosa ya no hace tanta gracia. También hay otro modo de hacer que los "Frikis" empiecen a supurar bilis por las orejas y manchen sus apuntes con su odio: levantarte e ir cada dos por tres al baño, a la calle y/o a hablar con los compañeros tocapelotas al vestíbulo, donde todo el mundo pueda oír tus carcajadas.
También es muy común entrar en la sala de estudios y ver que solo hay mesas ocupadas por apuntes, cuyos dueños brillan por su ausencia, ya que pasan la tarde en la puerta de la biblioteca hablando de lo mal que lo pasan con los exámenes y lo agobiados que están: ya veo, ya, por eso estás fuera, para desestresarse. Lo más gracioso es que nunca intentan avanzar en el temario... Normal que siempre anden agobiados, ¿no?

Y yo te digo, querido tocapelotas: si ya estudiar es una tarea que de por sí es molesta y agobiante, no vengas tú a joderme más, que ya que me salté mi apreciada siesta para poder tener sitio, que al menos me sirva de algo. Pero nada, oye, por mucho que les mires con cara de psicópata-rompecabezas, siguen ahí: con sus reales posaderas ocupando un sitio y pasando la tarde en una biblioteca, en la que, además, uno está muy calentito. Y ellos son el futuro del país. Padres: ¡rezad porque os lleguen las pensiones! Son gente repelente.

El segundo grupo es el "friki". En este grupo ocurre todo lo contrario: son gente aplicada, con gafas de pasta y miles de apuntes subrayados con tres mil colores distintos. Gente que no levanta el culo ni para tirarse pedos -hecho comprobado-. Pero claro, el lado oculto de este grupo es que les molesta todo: les molesta el ruido de las teclas de la gente que trabaja con ordenadores, el sonido de los subrayadores cerrándose, que se caiga un lápiz, que su compañero ocupe un poco más de su espacio. Usan tapones de goma para los oídos -por cierto, lavar los tapones de vez en cuando no viene mal-. Son gente agobiada de la vida que giran las hojas sin parar que te contagian ese estrés y te hacen sentir patán porque tú solo subrayaste tres líneas y no diez. Tienen quince mil libros abiertos encima de la mesa, con gran desorden y los miran todos a la vez. Son como camaleones. Son "estresados de la vida". Son gente curiosa, digna de donar su cuerpo a la ciencia para ser estudiados post mortem.

Y entre estos dos grupos me encuentro yo actualmente: chica "estresada de la vida" que subraya los apuntes con cinco colores distintos -amarillo para los títulos, rosa para el texto, naranja para divisiones, verde para subdivisiones y azul para fechas y nombres relevantes-, que se agobia con el claqueteo de las teclas de los demás, pero que les jode con sus teclas y su BB. Soy de esas que se sienta al lado del novio para darle besos y colgarse de él, pero que cuando va con sus amigos se busca el lugar más recóndito para no ser partícipe de sus risas estruendosas. Soy una mezcolanza, soy una menestra de verduras, con ricas judías verdes y aburridos guisantes.

14 de octubre de 2011

Miedos...

"Hay miedos con los que uno aprende a ir conviviendo.
 Hay miedos hechos de inseguridades.
Miedo a quedarnos atrás...
Miedo a no ser lo que soñamos...
A no dar la talla..

Miedo a que nadie entienda lo que queremos ser...

Hay miedos que nos va dejando la conciencia: 
el miedo a ser culpables de lo que les pasa a los demás...

Y también el miedo a lo que no queremos sentir, a lo que no queremos mirar, a lo desconocido...

Como el miedo a la muerte, a que alguien a quien queremos desaparezca."

3 de octubre de 2011

Amistades botelloneras

Nos pasamos la vida intentando buscar “el amor”. Y lo llamo amor por llamarlo de alguna manera, porque, cuando eres pequeño, no buscas el amor, sino tener tema de conversación para el lunes que viene. Sí. Los quinceañeros no buscan pasar el resto de su vida con alguien. No quieren una estabilidad; no piensan en el mañana; en compartir su vida con alguien que les enseñe algo de la vida.

Cuando eres adolescente solo quieres que llegue el viernes para ir al parque de turno a comprar bebida ilegal, y así sentirte mayor. Para demostrar al mundo lo rebelde que eres. Para decir “qué responsable soy que controlo” y luego, al día siguiente, decir “si no me acuerdo de nada, voy a llamar a mi “mejor amiga” a contarle lo guay que soy, que bebí tanto que no sé por qué me duele la rodilla izquierda.” De este modo das que hablar y, así, tanto tíos como tías ven que eres muy mayor y que nada más te importa; que los estudios son para los empollones y que lo que mola es ponerse “tó pedo”. Has crecido y por eso bebes. Es triste, pero todos lo hicimos.

Esa misma tarde-noche de pedo llegas a casa a las 10 -siguen poniéndote hora por muy mayor que te creas- y haces todo lo posible para que tus padres no descubran que vas “pedo”. Tapas los chupetones que te hizo tu rollo de esa semana y sonríes mientras cenas porque esa tarde lo pasaste “mazo de bien”. Te plantas así en el lunes y, tras saber que tu rollo del finde anterior pasará de ti para todos los restos, ya piensas en el próximo que te meterá la lengua hasta la campanilla y te volverá a dejar el cuello cual pintura de Dalí.

Y así es como trascurren tus días de adolescencia: entre cubatas en un parque, con guantes en las manos del frío que hace y con gente a tu lado a los que llamas amigos y que dentro de dos años pasarán a ser simples conocidos. Pero solo te das cuenta de cómo perdiste tu vida cuando conoces algo nuevo, diferente; cuando ya no sientes esa necesidad de sentirte mayor, porque el tiempo te demostró que solo leyendo y aprendiendo vas madurando poco a poco. Porque además de parques hay museos y catedrales.
Es entonces, cuando pasas por ese mismo parque a las 7 de la tarde y ves a niños de 13 años morreando a una niña en una esquina y con un cigarro en la mano, que piensas: menos mal que salí de ahí.
Porque sí, saliste de un mundo que no te aportaba nada. Ni el chico que te traía loca pensaba en una vida en común ni tú te veías en ese mismo parque con 20 años más. Pero es lo que se lleva. Es la moda. Y, si no bebes, eres un friki que prefiere estar en su casa leyendo: “menudo empollón”.

Y ahora, años después, me doy cuenta de que perdí el tiempo en ese parque. Sí, me reí. Sí, estaba con gente que me sacaba de casa y me entretenía pero... ¿habrían estado al pie del cañón conmigo? No. Igual que yo no lo estuve con ellos porque... eran amistades botelloneras, nada más. No había palabras afectuosas ni respeto, solo un falso “eres la polla tía” y unos cuantos morreos con un tío al que se la traías al pairo. Pero oye, es la moda, y la moda -ya sabemos- que marca tendencia.

Y siguiendo con la metáfora, las modas pasan y se quedan al fondo del armario, debajo de un montón de ropa nueva que tiene ganas de seguir siendo fashion para siempre. ¿Será esta la moda que perdurará...?

30 de septiembre de 2011

Accidents can happen

Una de las mejores canciones que me diste a conocer. Gracias. Cada vez que la escucho siento que me quieres. Y recuerda que no estás solo. Yo siempre estaré a tu lado para sonreírte.

Don't give up, it takes a while
I have seen this look before
And it's alright
You're not alone
If you don't love this anymore
I hear that you've slipped again
I'm here 'cause i know you'll need a friend

And you know that accidents can happen
And it's okay,
We all fall off the wagon sometimes
It's not your whole life
It's only one day

You haven't thrown everything away.

Take some time and learn to breathe
And remember what it means
To feel alive
And to believe
Something more than what you see
I know there's a price for this
But some things in life you must resist

And you know that accidents can happen
And it's okay,
We all fall off the wagon sometimes
It's not your whole life
It's only one day
You haven't thrown everything away.

I hear that you've slipped again
I'm here 'cause i know you'll need a friend

And you know that accidents can happen
And it's okay,
We all fall off the wagon sometimes
It's not your whole life
It's only one day
You haven't thrown everything away.

You know that accidents can happen
And it's okay,
We all fall off the wagon sometimes
It's not your whole life
It's only one day
You haven't thrown everything away.

So don't give up
It takes a while.


26 de septiembre de 2011

En qué piensan las mujeres

 Esto va para que todos los hombres entiendan mejor a las mujeres. Mujeres que no paran de darle vueltas a las cosas, que no siempre dicen lo que piensan.

Si le dices que no a una mujer a algo que le hacía aunque sea un pelín de ilusión y te dice: “no te preocupes, no pasa nada si yo tampoco...” Miente. Quizá lo hagamos para ver si el otro se da cuenta por sí mismo de que en realidad le duele que hayas dicho “no puedo”. Pero la cosa queda ahí. Ni ella dice la verdad, ni él quiere preguntar más, porque sabe que si pregunta le viene una gorda. Pero ahí es donde erráis. Por -h o por -b, eso saldrá en algún momento y siempre es para peor: somos rencorosas por naturaleza.

Si una señorita llora a la primera de cambio no preocuparse: somos de lágrima fácil. Y a veces hasta nos hace llorar que nos digan que somos guapas o que valemos la pena. No es tanto el período del mes en el que estemos, ni que ese día te levantases de un humor de perros es que, a veces, las mujeres necesitamos llorar porque sí. Y esto es lo que más os cuesta entender. Es como si fuésemos acumulando lágrimas y lágrimas y un buen día, a poco que escuches una canción, o veas una mala cara o escuches una palabra bonita: ¡ZAS! Llorera que te crió. Nada que no se arregle con un abrazo a tiempo -sin palmadita en la espalda a ser posible- o una sonrisa y una mirada cómplice. En esto somos bastante sencillas.

Cuando nuestro señor nos dice si nos gusta un chico físicamente, solemos mentir -si el mozo está de buen ver-. Queda feo decirlo, aunque si la situación es al revés y él dice que no tú piensas: “serás cabrón, si estoy viendo como se te ponen los ojos en blanco del repaso que le has dado”. En esta situación no vais a acertar nunca: si dices que no da igual, pensaremos que sí os gusta y nos cabrearemos porque mentís. Si por el contrario dices que sí ya sabes: bronca al canto. Así que la decisión es vuestra. ¿El fin de esta mentira? No reconocer lo evidente, porque nosotras estamos en otro escalafón evolutivo, jugamos en otra liga, porque nosotras -y ahí está la mentira- “no somos tan salvajes ni primitivas como vosotros”.

Nos encanta pensar el porqué de lo que hacéis y estar seguros de que nunca será bueno lo que pensamos. Somos fans del refrán: “Piensa mal y acertarás”. Y siempre irá en vuestra contra. Somos especialistas en buscar dobles interpretaciones, en cambiar la pregunta que nos hacéis, en decir “Aaah o sea que tengo YO razón! Eres un gilipollas”. Esta frase es muy recurrente, es una coletilla que siempre pega. Da igual el tema de conversación, ahí que te la cuelo.

Cuando una damisela se siente insegura, celosa, reemplazable, lo primero que hace es mirar al suelo y ponerse seria. Mira al suelo porque en realidad no quiere que él sepa lo que siente. Porque, a veces, cuando una mujer se siente celosa le vienen pensamientos del tipo: creerá que soy una celosa compulsiva, una tía loca... Luego, obviamente, él se suele dar cuenta y ella lo niega todo. Miente si dice que no pasó nada.

Nos gusta jugar a ser adivinas. Si estamos en casa después de una discusión, nos gusta pensar -o mejor dicho-, no podemos evitar pensar qué estará haciendo él. Imaginamos que está hablando con cualquier “Guarra” -porque cuando tienes novio, el resto de las tías son todas unas guarras- y que ya ni se acuerda de ti. Piensas que mientras tú miras a la pantalla del ordenador para ver si se conecta al msn, él está por ahí con sus amigos de picos pardos y que le da igual lo que tú sientes. Siempre pensamos que no piensan en nosotras. Que si no nos dan toques al móvil es porque no nos quieren, que si no nos llaman para disculparse es porque no le importas. Y te dices: “yo no le llamaré más, esta vez si quiere algo, que venga él”. Mientras vas hacia el salón a coger el teléfono y marcar su número. Cada vez que nos vamos enfadadas, cabezotas, con el orgullo en los talones ya nos vamos arrepintiendo de lo que pasó. Mentimos cuando decimos: “Pues adiós” “Que te jodan” “Ahí te quedas” y demás variantes. Porque ante todo hay que quedar por encima del otro.

13 de septiembre de 2011

Consejo de guerra

No sé si habrá sido el Karma, Dios, Alá, Buda o simplemente un conjunto de desastres, pero yo hoy: ¡me cago en todo lo que se menea!.

Son las 10 de la mañana y llevo desde las 8 dando vueltas en la cama odiando a la humanidad. ¿Por qué? Porque hoy se ha decidido que por mi barrio cortar el césped y recoger la basura ha de hacerse el puto mismo día, y no a la vez, no; sino con un cuarto de hora de por medio, no sea que te llegues a volver a dormir. Odio el ruido del cortador de césped y la imagen del puto hombre (lo siento, él no tiene la culpa, pero le odio también) sentado encima del cacharro ese feo lleno de verde hasta las cejas con un mono amarillo y azul chillón; y con unos cascos de esos naranja butano que abultan más que su cabeza, al igual que las gafas ridículas que lleva. Es que es acordarme de la pinta que llevan y venirme a la cabeza esa mierda de ruido.

Pues bien, me planto así en las ocho y media. Yo -más cabreada que un buitre sin nada que rumiar- me pongo la almohada encima de la cabeza como hacen en las pelis. Así estoy un rato, algo incómoda pero sin ruidos, claro. Y cuando ya vas notando que el sueño te va viniendo y que, por fin, podrás descansar: ¡ZAS! Tus adorables vecinas bajo tu ventana gritándose -porque es sabido que las señoras no hablan, gritan, pues a mayor tono de voz, mayor es la razón que llevas-. Se cuentan que una, A, tuvo que ir al médico y le mandó tal medicamento, pero claro, “qué calor hacía porque es que últimamente el tiempo está loco”. -cualquier momento es bueno para hablar de cosas tan importantes como el tiempo-. Mientras B le dice “es verdad, hija"; -en este momento le pone la mano sobre el brazo dándole golpecitos y prosigue: "yo el otro día con mi nieta en el parque, es que no se podía ni estar a la sombre, me la tuve que traer a casa porque vamos...”. Cualquier momento es bueno para exagerarlo todo.

A estos chillidos se añaden los de los maridos que, para no variar, hablan de fútbol; los chillidos de las señoras que se encuentran al otro lado de la calle a A y B y tienen que saludarlas, no vaya a ser que no las saluden y empiecen a cotillear de ellas, claro. Y yo pienso: “pero si ya la ponen a caldo señora, no me interrumpa más el sueño, ¡¡¡por lo que más quiera!!!”.

Total, que cuando las señoras se van -pongamos que son las 9- parece que ya una se puede dormir tranquilamente. Das unas cuantas vueltas en la cama, encuentras tu posición y cuando te quieres dar cuenta, te plantas en las 10 de la mañana con un ruido semejante al que haces cuando te lavas los dientes, pero más fuerte. A este ruido le siguen unos golpes y: ¡Eureka! Tu padre hoy se siente el barbudo de bricomanía y ahí está: lijando y dando golpes con un martillo en el salón, a las 10 de la mañana -lo repito- en tu última semana de vacaciones. Y el tío tan tranquilo, sin problemas de conciencia, oye. ¡Si es que ni tu padre te deja dormir ya, cojones!

Así que aquí me encuentro volcando toda mi ira en el pobre teclado de mi portátil, sin haber asomado la cabeza por el salón, porque, como la asome, lo mismo me cargo al barbudo de bricomanía y se terminó el programa, que ya va siendo hora, coño, que lleva años comiéndole la cabeza a la gente y claro: luego mi padre lo imita y, mira, un consejo de guerra tendré que montar.

Es por esto por lo que me pregunto si habré hecho algo malo en otra vida. Y es por esto por lo que sé que hoy tendré un día curioso, porque si ya empiezo cabreada... malo... MA-LO.

10 de septiembre de 2011

En tus ojos



En tus ojos un misterio; 
en tus labios un enigma.  
Y yo fijo en tus miradas  
y extasiado en tus sonrisas


Rubén Darío- Rimas-X

6 de septiembre de 2011

El placer

Cuando conoces el placer no te queda más remedio que rendirte. 
Porque el placer engancha...

Adoro

Adoro la calle en que nos vimos,
la noche cuando nos conocimos,
Adoro las cosas que me dices,
nuestros ratos felices, los adoro vida mía.

Adoro la forma en que sonríes,
el modo en que a veces me riñes,
La seda de tus manos,
los besos que damos,
Los adoro vida mía.


Y me muero por tenerte junto a mi,
cerca muy cerca de mi,
No separarte de mi,
y es que eres mi existencia, mi sentir,
Eres mi luna, mi sol,
Eres mi noche de amor.

Adoro el brillo de tus ojos,
lo dulce que hay en tus labios rojos,
Adoro la forma en que suspiras,
y hasta cuando caminas,
yo te adoro vida mia.


Adoro- Armando Manzanero

4 de septiembre de 2011

La fauna de los "profesores" de secundaria

Parte II:

También conté con profesoras que enseñaban aquello que no conocían. Era el caso de la profesora de inglés de 1º de bachillerato. Era conocida como Rosita.

Mi experiencia con ella también fue algo desagradable. Me suspendía los exámenes con notas que no pasaban ni bajaban del 4.8-4.9. Me frustraba que en todos los exámenes sacase la misma nota. Y cuando le decías: “oiga, que este ejercicio está bien”, ella respondía sonriendo: “No. Es que no se entiende bien si es una -m o una –n;  y como no está claro, te lo doy por malo” Y así se iba, riéndose de mí.

El suceso grandioso tuvo lugar otro día en que tocaba empezar una nueva lección. “Unit 8”. El texto con el que comenzaba dicha  lección se titulaba “Gymnast Sues Parents”. Según la profesora, el texto trataba sobre “Los padres de Sue la gimnasta.” Así que nos hizo corregir con un rotulador el libro y añadirle un apóstrofo de genitivo sajón porque –según ella- el título estaba mal escrito. El resultado fue: “Gymnast Sue’s parents”. Cuál no fue mi sorpresa cuando descubrí que era ella la que no sabía de qué trataba el texto. Allí no faltaba ningún apóstrofo, ni genitivo sajón ni nada. El título era: “Gimnasta demanda a sus padres.”. En inglés el verbo “to sue” es demandar. Y la S que ella entendía como un genitivo era la S de la tercera persona.  Tal era el esfuerzo y el entusiasmo por querer enseñar bien que incluso “corregía” – a su manera- el libro y le daba igual si estaba bien o mal, que ella estaba convencida de que allí faltaba algo.

Así pasé mis días de clase con Rosita. Dos años después, cuando ya entré en la universidad y fui a hacer una visitilla a los profesores añorados -los había aunque no lo parezca- me contaron que un día Rosita bajó algo alterada a jefatura de estudios, porque decía que sus alumnos tenían un inhibidor de frecuencias y que por eso no se escuchaba su casete. Señora Rosita ¿No será que la cinta tiene más de 10 años y está en mal estado? Un inhibidor de frecuencias: como si fuera la mujer del presidente de EEUU.

También pasó por mi vida una profesora a la que apodaban “La Cerilla”. Era una temible profesora de matemáticas que no medía más de metro y medio y que, según pasaba por tu lado, lograba que te entrasen escalofríos por todo el cuerpo. Esta mujer me dio clase en 2º de la ESO. No la vi reírse ni una sola vez en todo el tiempo que pasé por ese instituto. Me topé con ella en dos cursos y en todos tenía el mismo resultado. SUSPENSO. Daba igual que no entendieses la lección del día porque ella no te la iba a explicar. Decía que: “ella no estaba allí para perder el tiempo”. Ojo al dato: explicar era perder el tiempo. Los profesores no están para explicar a los alumnos. Su misión es otra. No sé cuál.  

Yo por suerte me fui por letras puras y no me tocó sufrir su humor amarillo, pero era de esa maestras a las que no les importa nada hacerte repetir segundo de bachillerato con una sola asignatura: la suya. Porque para ella la única asignatura que valía la pena eran las matemáticas, ya que sin ellas no hay nada. Cero.

Gracias a ella odié las matemáticas. No quería escuchar nada que tuviera que ver con los números porque me sentía realmente inútil. Y de este modo, en cuanto pude elegir, entré en el mundo del latín, el griego y el arte. Un mundo que entendía mejor y que, gracias a ella, supe apreciar y con ello, valorarme, quererme y creer en mí.

También había profesores de historia los cuales daban las clases a la vieja usanza: teníamos que abrir el libro por la página marcada y leer, cuando él lo dijera, en voz alta. Así me enseñaban cómo nació EEUU y cómo se produjo la Primera Guerra Mundial. O profesores de gimnasia que se inventaban los ejercicios sobre la marcha y que nunca corrían. Solo de dedicaban a tocar el pito y a gritarte que corrieras más.

Me resultaba curioso ver que en la hora de recreo la biblioteca siempre estaba cerrada. Si querías hacer los deberes que no te dio tiempo a hacer en casa o consultar algún libro, tenías que ingeniártelas para salir unos minutos de cualquier clase y cruzar los dedos para que estuviera abierta. La razón de que estuviera cerrada se debía a que el profesor de guardia estaba cansado de trabajar y se había ido a tomar un café, porque ¡oye! él también tiene que descansar.

¿Para qué tener abierto un lugar en el que se supone que hay mucho saber acumulado y en el que los niños podrán tener inquietudes? Nada. Era imposible. Solo podías pisar esa biblioteca en dos ocasiones. La primera era si estabas castigado. Así el crío le cogía tirria a la biblioteca. Biblioteca=malo; estímulo-respuesta. El segundo motivo de ir era cuando te enseñaban cuál era el método para asignar los sitios a los libros. Y yo me preguntaba: ¿para qué, si no me dejabais usarlos?

También sucedía que cuando -entre clase y clase- querías hablar con un profesor para preguntarle algo, ibas a la sala de profesores y todos estaban tomándose su cafecito, leyendo el periódico o de palique con los compis del trabajo. Metías la cabeza esperando que alguien te viera. Al rato alguien te hacía caso. Por señas le decías que avisara al profesor que necesitabas. El profesor venía y te decía: “Luego en clase me lo dices, que me tengo que ir corriendo que tengo clase”. El profesor no estaba disponible para resolver una duda. No lo hacían en clase. No lo hacían en sus horas libres. El profesor no resuelve dudas.

Y así de descaradamente pasaban de esos alumnos pesados que querían solucionar alguna tonta y pequeña duda. Una duda que termina por ser un vacío; un odio a las matemáticas; un poco menos de autoestima; o un poco más de ganas de dejar de estudiar y trabajar en cualquier cosa. Lo que fuera con tal de irse de allí. 

3 de septiembre de 2011

La fauna de los "profesores" de secundaria

Parte I:

Y ahora que sacáis el tema vamos a hablar de profesores. De esos profesores de secundaria a quienes les encanta su trabajo y que ahora se ponen en huelga, en plena crisis, y a principio de curso, porque los pobrecitos tienen que trabajar dos horas más a la semana. Ya veis: casi media España haciendo cola en el INEM y ellos en huelga. Derechos creo que le llaman. Ni que antes se mataran  a trabajar.

Yo tuve profesores así. Eran profesores que hacían las veces de funcionarios, que cumplían su estricto horario y allí te las buscases tú. Uno de ellos fue mi querido profesor Javier Recio -más conocido entre los alumnos como Javier Rancio-. Fuimos ingeniosos en eso del apodo. Me acuerdo del primer día en que me dio clase. Era un profesor pasota que alardeaba de lo mucho que pasaría de ti y que contaba sus historietas de cuando era pequeño. Apoyaba sus nudillos en la mesa verde y absorbía los mocos con total entereza.

Resultó que ese mismo profesor, al año siguiente, fue mi tutor. Nunca se aprendió mi nombre. Siempre que hablaba de drogas nos miraba a mi compañera de mesa y a mí -nos tomaría por unas rebeldes sin causa-. Solía llamarme en las horas de tutoría. Bueno, llamaba. Más bien le decía a mi compañera: “dile a tu amiga que venga” A lo que mi compañera contestaba: “¿A quién?, ¿a Natalia?” Y él decía con su simpatía habitual: “Sí, no sé, a la que se sienta a tu lado”. Toda esta desbordante muestra de respeto se hacía delante de toda la clase y sin mirarme: tenía que notarse quién era el que mandaba allí.

En esas conversaciones tan amenas me decía que me iban a echar del instituto. En palabras textuales: “el año que viene tú te vas a ir a la puta calle, como yo”. Nada mejor que profesores tan cariñosos que te terminen de hundir en la miseria.

Cuando empezaba el siguiente mes, nos daban ese boletín de faltas que realmente no servía de nada. Ese cartoncito blanco en el que figuraba tu nombre -en el mío ponía N. Moreno- y en el que tus padres tenían que firmar cada mes. Y debe ser que a este señor le gustaba jugar al escondite, porque a mí me ponía mis faltas, además de las de todos mis compañeros; pero las suyas primero. Todos los meses llegaba a mi casa con faltas de más así que, un buen día, me escuchó rechistar y claro: ¿para qué quieres más?

¿Cómo pude osar a murmurar en su presencia? Por supuesto, como todos los maestros, él era un ser todopoderoso, era un ungido y estaba allí para imponer su ley. Se rió y me miró con cara de: “pobre ingenua, no vas a aprobar en tu vida mientras yo esté aquí” y me dijo: “si no hicieras pellas...”. Sí, ahí le doy la razón: alguna escapadita hacía. Yo le contesté: ¿las hacía yo sola? ¿Me iba yo sola al parque a contar piñas? Se hizo el silencio en clase y él se limitó a girar la cabeza y me ignoró.

Un día me mandó al final de la clase por hablar. Todo el mundo sabe que cuando uno habla lo hace solo, o con la pared. Pero por supuesto nadie hacía nada, solo yo. Y así transcurrían las clases. Miradas desafiantes del profesor y yo pensando “Éste me buscará la ruina”.

Al objeto de -supuestamente- salvar mi desastre académico de aquel año llamó a mi casa. O a lo mejor era para joder más, quién sabe. Pero lo mejor fue cuando mi madre llegó a casa a la tarde y me dijo: “Hija, no quiero ver a ese gilipollas en mi vida”. Parece ser que no era la única que pensaba que me hacía la vida imposible. Y cuando creí que mi madre me había contado todo, me soltó: “ Me ha dicho que eres un desecho social.” Un profesor diciéndole a una madre que su hija no valía para nada. Ver la cara de indignación y de cabreo de mi madre fue lo que me hizo sacar mi rabia y tragarme mi orgullo para darle en las narices.

Como es lógico, tuve que ir a septiembre a examinarme y cuando llegó el día de recoger las notas y veía los sobres de 1º de bachillerato en la mesa con ese ribete verde que tenían, solo deseaba escuchar mi nombre y ver el sobre en aquella mano que tanto asco me daba. Por fin llegó a mi apellido y allí estaba él: apoyado sobre la mesa y con esa camiseta de manga corta gris que siempre llevaba. Dijo: “Natalia Moreno” -porque lo leyó, obviamente, si no, me hubiera señalado con el dedo-. Me dirigí hacia él, me dio el sobre y yo, con toda mi chulería, dije: “¿Quien se va ahora a la puta calle?”. Me di la vuelta y, sin mirar atrás, me despedí de esa cara plana y llena de marcas de granos que tanto odié y que nunca más volví a ver. Y a esas edades en que uno está lleno de complejos e inseguridades y en que se es tan vulnerable que muy poco se necesita para irse al fondo del pozo.


Así cerré una pequeña etapa de mi vida para encontrarme con otro tipo de profesores: los de bachillerato. Eran profesores que todos creíamos más serios, pero que, para nada, se acercaban a nuestro ideal. Allí estaba el llamado “El Canario” natal de allí. Se llamaba Manuel Enríquez. Lo más característico de este señor era su sonrisa. Esa sonrisa de oreja a oreja que te hacía pensar: “este debe de ser un cabrón en toda regla.” Porque sí, te sonreía, pero le mirabas a esos ojos azules grisáceos y decías: malo.

“El Canario”, como buen canario, era muy tranquilo: demasiado para estar cursando 2º de bachillerato. Siempre recordaré cómo chistaba a mi amiga Sole para que sacara sus ejercicios y cómo entraba por la puerta -siempre tarde- con esa carpeta azul de cartón y sus dos tomos del diccionario de la Real Academia. Todo ello en una sola mano, como si portase una bandeja. Entraba siempre estirado y te chistaba y te decía: “Vamos, Natalia, los ejercicios” “Vamos, Sole, los ejercicios”. Eso sí, con una sonrisa de oreja a oreja.

Sus clases eran un tanto modernas para lo que yo había vivido hasta ese momento.  Te daba un folio en el que te resumía todo el romanticismo (o lo que tocase) -incluidos los autores más relevantes- y te daba unas cuatro hojas llenas de poemas para que le dijeras la métrica, tipo de verso y no sé qué más. Y ahí te dejaba. Le daba igual que lo hicieras o no. Él se paseaba por clase, te miraba un poco y seguía andando. Si no entendías algo, levantabas la mano y, diez minutos más tarde, -os recuerdo que era canario- te resolvía el ejercicio entero. Fácil. No se complicaba. Yo cumplo mi horario y me pagan. No hay más.

Pero lo más curioso era cuando teníamos un examen. Podías estar perfectamente un mes esperando la nota que él seguía corrigiendo con parsimonia los ejercicios. Eso o escalando montañas como él mismo un día nos confesó: “Es que prefiero ir a la montaña que corregir vuestros exámenes” respondió cuando un insensato alumno le preguntó por la nota. Fue graciosa la cara que se nos quedó a todos. Y yo pensé: “vale, yo haré lo mismo”. Cuando al día siguiente me preguntó -porque siempre me preguntaba a mí, me tendría por buena chica- que qué había puesto en un ejercicio yo le contesté: “es que tengo mejores cosas que hacer, que hacer tus ejercicios...” Se lo tomó a risa, pero para sus adentros en ese momento me odiaba, y mucho. Me llevaba bien con ese hombre. Pero era de vergüenza que estando en 2º de bachillerato, cuando se supone que no hay casi tiempo para tanto temario, un profesor “tenga mejores cosas que hacer que corregir exámenes”. Oiga, que yo tengo mejores cosas que hacer que ver su cara y aquí nadie dijo nada.

En fin, señores, que cuando no es uno que te llama desecho social es otro que tiene mejores cosas que hacer. O aquella otra profesora que cuenta en mitad de un examen cómo su marido no sabe meter una merluza entera en su frigorífico: profesora de psicología y filosofía era. O, si no, aquella profesora de ingles, Chelo, que era la directora. La directora. Y decía en la presentación textualmente “no vengáis a mi, porque no os voy a ayudar en nada”. La directora del colegio nos decía el primer día que no contásemos con ella. Ocuparse de los alumnos no era importante para ella.

Por si acaso eso era poco, te contaba monólogos en sus clases. Reírte te reías, pero ingles poco. Y era la directora del instituto de bachillerato de nombre imponente. Con esos nombres imponentes que les ponen a los institutos.

Y así eran algunos de mis profesores de secundaria; profesores que no daban un duro por ti; profesores a los que les importaba bien poco aprovechar sus clases con tal de que a finales de mes les ingresaran su sueldito. En algo se diferencian de los de la universidad, todo hay que decirlo. Al menos, el porcentaje de profesores gilipollas que te encuentras es mucho menor. La mayoría trata de demostrar en sus clases que merece la pena estudiar Historia, o lo que sea que estudies.

Ay, los profesores de instituto que tanto hicieron sufrir a los chiquillos y que seguirán haciendo lo mínimo por demostrar que un día les entusiasmó ir a la universidad para poder enseñar a sus menores.

¿Esa falta de motivación estará relacionada con que no los pueden echar de su trabajo, por muy mal que lo hagan? Apruebe una plaza de funcionario y sea feliz toda su vida.  

2 de septiembre de 2011

...*

Para disfrutar de un hermoso amanecer hay que vivir,
dejar pasar antes la noche,
y suceda lo que suceda,
el sol siempre vuelve a salir...

28 de agosto de 2011

Don't give up

Se me encendió la lucecita. Esa luz que tengo cuando piso el freno y me sale encima de la cabeza un cartel que parpadea y dice: "dame una sola pista de cómo hacerlo". Ese cartel que me diga cómo hacer que pase esto. Un cartel de auxilio. El mismo auxilio que necesitas tu. Quizá sea paradójico, ¿no?.

Ya lo dije anteriormente: hay algo que nunca sabré hacer. Y no es que me conforme, es que a los hechos me remito. Tengo una tara. ¿Que tengo cosas mejores? Mmm, sí probablemente algo tenga bueno, ¿no? Pero ¿qué más da eso?. El fallo que tengo no es ni sustituible ni reemplazable por nada. Si quiero hacer una tortilla de patatas y no tengo patatas, ya no será una tortilla de patatas...

En fin no sé. Divagaciones y miedos racionales que me amedrentan y que no me dejan dormir. Expresiones que me aturullan y que revolotean en mi habitación. En esa habitación que ahora mismo hace las veces de una caja sonora. Las palabras retumban de una pared a otra sin ninguna dirección fija ni exacta y si no tengo cuidado y me agacho, me dan de bruces. Y lo hacen porque no hay luz. Porque aunque lleve mi cartelito, si el cartel no tiene una flecha que me indique, yo no sé donde ir. Porque me pierdo en mi más exitosa insensatez. Porque, por decirlo así, estoy hecha a medias.

La caja de Pandora

Anoche fui partícipe de una reyerta en la que nadie conocía a nadie y todo el mundo se atrevía a opinar. Sí, vamos a llamarlo opinar.
La cosa comenzó cuando en Twitter, el TT era “perdón por ser catalán” y yo retuiteé algunos que me hicieron gracia. Desde ese momento la historia empezó a desvariar. Con una cierta ironía y esa superioridad moral que todos tenemos, poco menos que me dijeron que aprendiera a leer, que lo que retuiteé era irónico y se rieron porque creyeron que no lo entendí bien. Yo contesté que lo había entendido, y que el motivo de mi retuit era simplemente para que la gente viera como “sois los catalufos =)”. Oh, ¡dios mio!, En qué momento escribí “catalufo” con todas las letras:   C A T A L U F O. Cada uno le pone el tono que quiere a lo que lee, y más en internet, donde no hay matiz alguno.

Así pues, comenzaron a meterse conmigo, que si tendría 16 años, que si no sé nada de la vida (obviamente me queda mucho por aprender), que si “se habrá quedado calva de tanto pensar”... en fin, lo normal en este tipo de casos. Mal hecho por mi, y quizá por un intento de desahogo, entré al trapo. A todo esto, hacían retiuts de lo que yo escribía y otra chica (obviamente de las que se ofenden con aquella palabra) dijo: ¿porqué no? Yo me me meto también, que están tocando lo mío.

Y así sucesivamente. Hasta las dos de la madrugada estuve discutiendo -junto con Lorena y otra chica a la que atacaron y conocí por Twitter- con unas cuatro personas, que no dejaban de meterse con nosotras, pero claro, ¡los ofendidos ellos!. Daba igual lo que les preguntases: ¿porqué queréis la independencia? -preguntó Lorena-. La respuesta aún la sigue esperando. El caso era que te intentaran hacer quedar como una “choni" como nos calificaron a las tres esta mañana un señor del cual no sabía su existencia, y un señor el cual ayer no estaba en la reyerta. También me llamaron nazi. Me dijeron que leyera más (no se preocupen, que lo haré) y alardearon de cuán listos eran por ser catalanes, vivir allí y conocer SU historia.

Me llamaron facha por envidiar un país en el que pudiera salir, si me viniera en gana, con mi bandera un día en el que no ganara el mundial mi país. Como no, qué fácil es llamar facha a alguien que no piensa como tú. Y también me llamaron simplista y absurda. Y todo esto por llamarles catalufos.
Una chica que no estaba en el ajo, me preguntó si no me molestaría que me llamaran “españolufa”. ¿Debería molestarme porque me llamaran por lo que soy? El problema aquí es que si dices lo que eres, malo.

Pues sí, señores y señoras, soy española, españolita o españolista, como lo queráis llamar. Así lo pone en mi DNI y en el vuestro también. Soy española y madrileña y no me avergüenza serlo. Y si tanto queréis a vuestra tierra, ¿porqué os ofendéis tanto cuando os llaman así? ¿Porqué sentirse tan ofendidos cuando solo os definen? ¿porqué atacar cuando yo expongo mi opinión? Es que claro, aquí se entiende lo que uno quiere. En proporción: ¿cuanta gente estudia fuera de España catalán y cuanta Español/Castellano? Porqué será que la mayoría lo que estudia es Español y no catalán. Pero claro, el caso es llamarte inculta y decirte: “claro que fuera lo estudian, es el idioma oficial en Andorra...” Muchas gracias, licenciados, pero lo que yo dije no fue eso. Aquí todos sabemos darle la vuelta a la tortilla.

Intentabas poner paz y decir: hablemos como personas civilizadas. ¿Civilizadas? ¿Qué es eso? Te llamaban neanderthal y facha si decías algo. Luego, si leías sus tweets hablaban de ti con otros diciendo que vaya mierda de educación que cualquiera puede entrar en la universidad sin tener ni puta idea. Claro, ni puta idea porque no dices lo que ellos piensan. Pero claro, como ellos son un ser todopoderoso... como nacieron sabiendo, ¿verdad?.

Me encanta ver como todo el mundo sabe todo. Como lo que yo digo tiene que ser lo que ES y lo que piensas tu, por ser quien eres, no tiene validez. Todo es blanco o negro. Siempre hay un bueno y un malo. No hay un "Sí, hay un poco de locura en lo que se refiere a la independencia” o “vale, para ti es tu idioma pero yo no lo veo así”. Aquí tenemos que ser radicales, que si no se me suben a la chepa los “españolitos” y me quitan lo que es mío.

A uno de estos señores, se le llenaba la boca pidiendo respeto -creo que intentaba que me disculpase por lo de catalufo...- pero luego fue él quien me llamó niñata, facha, simplista, absurda, choni, gilipollas y nazi. Al fin y al cabo, siempre les sale ese carácter tan español de bordería y de insultar cuando no te dan la razón.

En fin, que si lo hago yo soy una facha mala que habla de lo que no sabe, y si lo hacen ellos luchan por su patria y defienden su tradición milenaria. Así somos en España: renegando de lo que somos. ¡Que viva la libertad de expresión y las conversaciones “respetuosas”!

Y así es como abrí la caja de Pandora...

25 de agosto de 2011

¡F€licidades LidLid!

F€LICIDADES LIDIA!! 

Quería aprovechar esta oportunidad para darte las gracias por haberme mandado ese correo que ha hecho que volvamos a recordar viejos momentos como nuestro descubrimiento "€", el "capiemus mundum" del que tanto me acordé, esas tardes en la biblioteca que daban para mucho: reír,  citar alguna que otra frase religiosa mientras lanzabas agua al suelo como si lo estuvieras bendiciendo. Nuestro fondo común para comprar chuches y compartir chicles, tus sandwich de pechuga de pavo, mis zumitos de frutas y leche y todas esas veces que tuvimos que ir al baño corriendo porque nos moríamos de la risa en la biblioteca.

Me acuerdo de las clases de latín en las que la profesora nos dejaba solos y nos poníamos a bailar mientras escribíamos los ejercicios en la pizarra. O cuando nos decía "Natalia, traduce" "ya.. es que, no lo tengo hecho" "bueno, pues Lidia traduce" "mmm, yo tampoco lo tengo" jajajajaja y también recuerdo esos intentos de querer hacer la traducción en el biblio, coger el diccionario, apuntar el significado de las palabras y luego no poder ni enlazar tres de ellas. Nos lo pasábamos bien juntas.


Espero que cuando vuelvas podamos quedar y contarnos todo lo que nos ha pasado en un año, que seguro ha dado para mucho. Y espero que volvamos a pasar las tardes en el parque o en el Norte comiendo pipas aguasal, chuches, palomitas, dejando pasar las horas mientras nos hacemos fotos absurdas.

Pásalo muy bien guapa, disfruta de tus más que bien llevados 19 años, sé feliz y que yo lo vea! Muchos besitos guapa y...
¡¡Feliz, feliz SI cumpleaños!! =D

23 de agosto de 2011

Es la mujer

Es la mujer del hombre lo más bueno,
y locura decir que lo más malo,
su vida suele ser y su regalo,
su muerte suele ser y su veneno.


Cielo a los ojos, cándido y sereno,
que muchas veces al infierno igualo,
por bueno, al Mundo, su valor señalo;
por malo, al hombre, su rigor condeno.


Ella nos da su sangre, ella nos cría;
no ha hecho el Cielo cosa más ingrata;
es un ángel y a veces una arpía.


Quiere, aborrece, trata bien, maltrata,
y es la mujer, en fin, como sangría,
que a veces da salud y a veces mata.


Lope de Vega

21 de agosto de 2011

Disfruta

Seguro que os ha pasado a vosotros también. Es verano y hace un calor terrible cuando, sin previo aviso, se pone a llover. Al contrario de lo que hubiera sucedido en invierno, te quedas impávido bajo la lluvia: te da igual si el pelo se moja, si sientes frío en tus piernas, si tu ropa se carga de agua. Porque es eso precisamente lo que hace que este momento sea especial. Estás bajo la lluvia porque quieres sentir las gotas de aguas frías, porque no te importa si todos te miran y te creen loca por estar bajo la lluvia. Te da igual escurrirte con las chanclas al andar, que tus mejillas se empapen o que estornudes a la noche. Da igual si entras en casa chapoteando y estrujando el agua de tu camiseta.

Son preciosas las tormentas de verano. ¿Qué más da si te mojas? Hace un instante te quejabas del calor que hace y ahora te mojas. Es una solución a tu problema. ¿Porqué andar escondiéndose bajo el resquicio de una terraza, cuando puedes caminar tú sola por la hierba sintiéndote feliz por estar calada? ¿Porqué limitarte a ver la tormenta y los relámpagos desde tu ventana si puedes hacerlo a gran escala?
Es algo que nunca entenderé: el año pasado estando en la orilla del mar comenzó a llover. Todos corrieron despavoridos desde mar hacia sus toalla, recogieron los bártulos y corrieron a cobijarse. ¿Porqué no te importa mojarte en el mar y cuando comienza a llover sales corriendo porque “se mojan las cosas”? ¿Acaso no mojarás tu toalla cuando vayas a secarte con ella?.

Disfruta de una tormenta de verano. Disfruta de ese momento de frescor y pequeña locura. De ese tiempo muerto que te da el sol y el viento acalorado. Del olor a humedad, de las hojas chocándose unas con otras. Simplemente sé feliz sintiendo frío en tu cuerpo, en agosto, en tu piel...
Disfruta.

La Guerra de los Dos mil años

Os hablaré de la mayor guerra jamás vista. La guerra más sangrienta y más dolorosa.
Tus enemigos, como todos, esperan a la noche, a que estés distraído, para atacarte con su espada venenosa de doble filo. Te vigilan, investigan la zona  y planean sobre ti para ir directamente a tu talón de Aquiles.
        
Nunca matan a sus víctimas, prefieren dejarlas moribundas para que sepan hasta qué punto pueden abusar de ti. Eligen a sus vasallos cuidadosamente, los seleccionan por sus características, beben de su sangre.
Se trata de la guerra de los mosquitos. Esa guerra de la que todos somos partícipes y en la que cada uno es responsable de su propio destino. Estos mosquitos te chupan la sangre, te exprimen hasta que dejan su marca en tu piel.Yo sé perfectamente cómo es el proceso: revolotean sobre ti atemorizándote, amagan varias veces hasta que de repente sientes un pinchacito que, segundos más tarde, pasa a ser un picor insoportable mezclado con una sensación de quemazón justo en esa misma zona. Tú, en un intento de calmar aquél dolor, te rascas desesperadamente y entonces esa horrible sensación pasa a ser doblemente inquietante.

Estando en tu cama empiezas a pensar si habrá un bicho entre tus sábanas. Comienzas a darle vueltas al asunto y pasas de un sueño a una pesadilla: ya no podrás dormir esa noche. Al rato te levantas, vas al baño y ves tus primeras cuatro picaduras y la reacción que ellas provocan en ti. Intentas calmar la zona sin ningún éxito y te dices y repites: “no pasa nada, no me pica”. Cambias de cama en un intento de solucionar el problema del bicho entre las sábanas pero no piensas en que los mosquitos son más listos que tu: te seguirán hasta sacarte todo el néctar.
           
Y así ocurre, que cambias de cama y todo sigue igual. Al rato experimentes la misma sensación, así que ya sabes que no es problema de tus sábanas, es el puto bicho que está guerrero. Resultado del cambio: tres picaduras más, la mano hinchada y una noche sin poder conciliar el sueño.

Menudo festín para los o el mosquito. Seguro que ahora está tranquilamente en Mosquitolandia, fumándose un puro, acariciándose la barriga y eructando mi sangre. Pero que no cante victoria: se habrá impregnado del Rioja que bebí antes de ayer, no le quedará mucho de vida a esa perra mala, porque, encima, los putos mosquitos resultan que son mosquitas. La envidia de la hembra siempre latente.

Y así es la historia de los mosquitos, una historia que seguro que empezó en día de la pasión de Cristo, -seguro que a él también le picaron mientras llevaba la cruz a cuestas, si con tal de joder hacen lo que sea- una historia en la que siempre están en guerra, en la que siempre ganan ellos. Da igual que uses cremas que los repelan, ambientadores que aseguren su muerte... les da igual, seguro que alguno te alcanza y te absorbe por dentro. 

17 de agosto de 2011

Con la A

Asustar
Amanecer
Arriba
Adelante
A tu lado
Alianza
A contracorriente
Anochecer
Así
Aquiles
Acariciar
Año
Acoger
Abrazar
Arropar
Aconsejar
Arenas
...
AMOR

8 de agosto de 2011

Te echaré de menos, Juampablito

Simplemente te echaré de menos. Echaré de menos tu manita en mi rodilla cuando conduces. Ir contigo al gimnasio y saltar encima de ti para que me cojas a caballito.
Echaré de menos tus tweets y retuits, ver la luz naranja en el messenger parpadeando. Ir contigo a comprar carne roja, fruta. Pasear a Zar por el Parque Norte...

Echaré de menos tumbarme en tu cama mientras tu escribes o lees. La forma en la que me despiertas y tu sonrisa cuando me dices: “bebé marmota, ¿Qué tal has mimido?”. Echaré de menos tus cenas ricas con verduras y carne, tus ensaladas, la fruta que compartimos. Tumbarnos en tu cama a ver una peli o una serie, los dos abrazados y haciéndonos mimos. Trasnochar contigo y llegar a casa a las 4 de la mañana después de que me digas que me quieres.


Extrañaré comerme los helados a medias contigo, los Mcflurrys de oreo. Los paseos por Madrid los fines de semana. El calor del vino, los brindis, el jamón ibérico (o serrano jeje). Ir contigo cogida de la mano disfrutando de un paseo por cualquier lugar de Madrid.

Echaré de menos la cara de niño pequeño enfadado, que ronronees por los mimos que te doy. Los besos de mariposa, de vaca, de iguana, de esquimal, nuestros besos...

Simplemente echaré de menos saber que no estás enfrente de mi casa. Que saldré del portal y no veré tu coche, ni te veré acercarte a mi. Morderte los brazos, el cuello, la cabeza. Echaré de menos tu presencia a mi lado, tus abrazos, el olor de tu colonia, frotarte la espalda en la ducha, darte un beso, tus bromas, tu risa…

Te echaré mucho de menos, Juampablito. Espero que no te olvides de mi en esta semanita.
Te quiero mucho… Mucho

3 de agosto de 2011

Grandes miedos

Es curioso el miedo que nos entra cuando nos vamos a separar de alguien querido durante un tiempo. Te empiezas a preguntar si te echará de menos, si se acordará de ti a cada instante, si esperará con el móvil en la mano por si le llamas. Piensas que saldrá por ahí con los amigos y te lo imaginas riendo y pasándolo bien mientras tu miras a la nada.
Luego recreas el reencuentro: ¿me verá más gorda, más fea? ¿Le habré dejado de gustar en este tiempo? ¿Estará deseando besarme y abrazarme? ¿Qué pensará mientras me acerco a él? ¿Habrá cambiado algo en estos días...?

Miles de preguntas, que si lo piensas bien, no tienen consistencia. Te has ido una semana, a lo mucho diez días. En diez días no se puede olvidar un sentimiento... o eso quiero creer. En diez días no se olvidan cinco años, ni todos los besos, los te quiero, las risas... No se olvidan, no.
Además de todas esas preguntas te sientes culpable: eres tú quien se fue y claro, ¿porqué no decidiste quedarte? Pero te consuelas pensado que también es bueno echar de menos a esa persona. Alejarte un poco y luego pegarle un gran achuchón.

Siempre me acordaré de nuestras despedidas de verano, de tus quiero suaves y dulces, de tus besos tiernos y calientes, de tus lágrimas de felicidad y tristeza. De cómo lloramos el año pasado cuando entraba por el detector de metales de Atocha. De los mensajes y de tu llamada llena de ese sentimiento tan raro que se produce cuando pasas días y días al lado de tu amor, 24 horas al día. Día y noche. Y de repente entras en un sentimiento de soledad, de creer escuchar su sonrisa, girar la cabeza y ver que no está.
Y cuando digo que siempre los recordaré es porque siempre te recordaré. Porque siempre te pienso.

Pero lo más curioso de todo esto es que piensas: ¿Le sucederá a él lo mismo? ¿Se pasará las noches cavilando si pienso en él? ¿Qué le pasa por la cabeza cuando está solo, en su más absoluta y estruendosa soledad? Y: ¿porqué no lo iba a hacer, si él te quiere también?

Grandes miedos que tiene sentido para los que sienten el amor.

Nunca

Mario Benedetti:


"No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,

Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma
Aún hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
Porque lo has querido y porque te quiero
Porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron,
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar un canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas
E intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños
Porque cada día es un comienzo nuevo,
Porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero"

¿Porqu€ no?

Sí, creo que es el momento.
Creo que llegó la hora de que todo vuelva a empezar, de que vayamos poco a poco a retomar la confianza. Es el momento de pensar en el mañana, no en el ayer. Dejar de lado el "no hiciste, no dijiste". Una vez asumida la culpa y habiendo tenido una larga jornada de reflexión, ¿porqué no volver a empezar otra vez? (como decía el anuncio de el corte inglés).

Sé que necesitas una parte de mi, al igual que yo necesito una parte de ti. Sabemos que nos hemos buscado  a escondidas. Necesitábamos esto: que alguna levantara la dichosa espita para volver a recordar el "capiemus mundum" que una vez tanto nos hizo reír. Lo hiciste tú y gracias, me hizo ilusión volver a saber de ti.
Sí, te eché de menos. Sí, me dio miedo pensar que ya habías olvidado esas bolas de papel albal de mi estantería en las que pone "Lid" y "Na".

Sí, creo que es el momento para estar ahí, para mejor lo anterior... Si siempre hacen segundas partes de películas, ¿porqué no tener la nuestra propia?

31 de julio de 2011

Lo sé

Sé que cuando agachas la cabeza es porque te sentiste mal. Que te muerdes la lengua cuando estás concentrado. Sé que duermes en el lado izquierdo de la cama, que tienes la costumbre de llevar las gafas en la cabeza (antes en el cuello) aunque no haga sol. Sé que te pones tu bolsita de ADIDAS en el hombro derecho. Que te saco de tus casillas en ciertas ocasiones.

Reconozco la cara que pones cuando has recordado algo gracioso. Cuando intentas tomarme el pelo pones cara de "es mentira" y siempre te pillo en un renuncio. Sé los lunares que tienes en la espalda y en el cuello. Lo que te gusta que te muerda la cabeza y que te haga "llaves mortales". 

Sé que tu perfil bueno es el izquierdo. Cuál es tu cara de circunstancia y cuál es tu voz de arrepentimiento. Sé con qué cubierto comes cada comida, los platos que prefieres dependiendo de lo que hayas preparado para comer y que siempre bebes un vaso de agua al cenar. Sé que adoras el color rojo de la carne cruda. Que te gusta comer los helados a mordiscos y que siempre dices "la azúcar" y "los chuches". Me encanta comos pronuncias la "ch". Tu triple "p" de por las noches.

Sé el orden en el que te das tus cremas (cara, cuerpo y manos). Que te gusta ir con la toalla atada a la cintura. Que no puedes vivir sin crema de manos y que odias tender la ropa. Sé que te agobian los baños sucios y que te pone histérico que grite tanto por una araña. Que no puedes con las faltas de ortografía.

Sé que según llegas a casa enciendes el ordenador y miras los periódicos y Twitter para saber "qué ha pasado en el mundo". También sé que pones la radio simplemente para escucharla de fondo porque el silencio total te agobia. Tu pasión por la Fórmula 1, por la selección española y por tus libros de pragmática e historia.

Sé que te gusta tocar la batería y la guitarra imaginaria estés donde estés. Que a veces pones únicamente los solos de guitarra para tocarlos mientras estamos sentados en el coche aparcado en cualquier parking, con las ventanas cerradas y el motor apagado.

También sé que te agobian las camisetas largas y los pantalones que te hacen caderas. Que no puedes vivir sin tu "zamarra de pastor" y tus "botas de parecer más alto". Sé que que te encanta la horchata bien fría, la fruta madura, los plátanos más bien verdes y que en invierno no te resistes a los bollos de la cafetería de la universidad. Sé que te gusta la coca-cola sin gas y el café solo, con hielo y con mucho azúcar. EL vino tinto fresquito.

Suelo reconocer tu estado de ánimo por cómo te acercas a mi cada vez que nos vemos. Que pones la música que me gusta para complacerme y que me dejas conducir desde el asiento del copiloto porque me hace ilusión. Sé que te lío la cabeza con la distinción entre azul marino y negro. Que no te importa nada conjuntar tu camiseta con los calzoncillos, y cuando lo haces me lo enseñas con la misma ilusión con que un niño pequeño enseña un dibujo a su madre.

Pero a pesar de saber tanto sobre ti hay algo que nunca sabré hacer y eso es lo que más miedo me da.

30 de julio de 2011

...

Pasa todo tan jodidamente deprisa que al final no sabes ni lo que dijiste ni lo que no. No sabes ni si escuchaste bien o no. Pero en ese momento da igual: solo quieres soltarlo todo, decir tu verdad. 
Hablas sin sentido, no escuchas, gritas... y luego viene el arrepentimiento. Te pone el puto enano verde un sello en la cabeza que dice: culpable.
Y ya no sabes si lloras de rabia, de dolor, de miedo, de culpa o de todas las cosas a la vez.
Y ahora el puto dilema: llamar no llamar. Aún sigues odiando por dentro, pero cada vez te sientes peor y solo quieres solucionarlo todo.
Putos sentimientos, ¿porqué no vendremos con instrucciones, joder?
Puta imbecilidad...

28 de julio de 2011

Off

Aparte de la luna hay más cosas que me relajan. Que me llevan a ese estado en el que la mente se queda en blanco. En ese momento en el que no piensas en nada. Ni en lo que te hace feliz ni en lo que no. Ni en la discusión con tu hermano ni en si tu madre te obliga a hacerle recados de nuevo.
Simplemente no piensas. Tu mente está en modo off. Ya puede estar pasando cualquier cosa que tu sigues ensimismada en tu más absoluta tranquilidad.
La lluvia, por ejemplo, tiene un efecto balsámico en mi. Siempre que llueve me tumbo en mi cama y miro por la ventana. Veo como caen las gotas de agua encima de las hojas, que se mueven a causa del viento y de la fuerza con la que caen. Soy capaz de estar horas y horas mirando por la ventana, sin que nada más importe. Si no estoy en casa y está lloviendo y siento que necesito un tiempo muerto; miro como las gotas de resbalan por los cristales del coche o como hacen esas ondas en los charcos.

Otro modo de relajarme es romper una hoja muchas veces en partes iguales. Es un modo de escapismo, de concentrarme en algo diferente, de dar un respiro a mi cabecita. Arranco una hojita de cualquier matorral y la doblo por la mitad. Y así sucesivamente hasta que ya no puedo doblarla más. Entonces la tiro y vuelvo al mundo real.


Pero sin duda alguna, una de las cosas que más me relajan es mi perro. Mi chucho. Mi orejotas. Mi pitu. Mi perro sexy. Mi vaca... Me encanta oír sus pezuñitas por el pasillo, ver como abre la puerta con su hocico y que me mire pidiendo juego, auxilio, mimos, cariño. Entonces lo subo a mi cama y le acaricio, dejo que me rechupetee y luego empiezo a hacerle perrerías. Pero él se deja. Es tan rico. Parece mentira pero cuando estoy triste, viene y siempre me hace reír. Mueve su rabito y hace que me distraiga. Que solo centre mi atención en él. Que coja su juguete y por un momento me lleva a su mundo de can. Me envuelve en sus bigotes, en sus pestañitas, en sus manchas del hocico, en sus pezuñas... Hace que sea feliz.
Siempre me parecerá alucinante que un animal sea capaz de tener ese poder sobre las personas. Que haga de antidepresivo.

25 de julio de 2011

Cuando lloras

Pocas veces he visto llorar a un hombre. Será porque creen que llorar les hace menos hombres, pero lo cierto es que, las pocas veces que lo he visto fue una sensación especial. De repente ves lo frágiles y sensibles que son, lo que les duelen las cosas.
Que lloren por ti es bonito. Significa que hay amor y que duele el que tu digas o hagas algo que la otra persona ni aprueba. Es bonito, pero a la vez es una terrible sensación. Será porque no lo he visto muy a menudo, pero también hace que te sientas mal porque, obviamente, no quieres dañar a esa persona. 
Sobre todo recuerdo un día en el que tenía seis llamadas perdidas a las 12:06 de la noche. Era domingo. Y al ver tantas llamadas pensé en lo peor que me podía pasar en ese momento. Pero no. Lo cogí y escuché una voz destrozada, arrepentida y llena de dolor. Salí corriendo y extendí mis brazos. Ya le tenía y sentía ese sofoco, esas palabras entrecortadas. Era mi culpa, pero fue bonito saber que alguien te quiere tanto como para llorar por ti de esa manera.


“Cuando lloras,
se para el mundo,
y nunca se que decir…
Cuando lloras,
me derrumbo
y no me sale fingir.

Cuando lloras
las horas
le dan la vuelta al reloj.
Cuando lloras
a solas
me muerdes el corazón....”

Mi talismán

Es curioso: existe una canción que es capaz de hacerme sentir alegre y triste a la vez. Las melodías son marchosas, la letra: un poco triste. 
Y lo más curioso es que, para mí, esa canción significa muchas cosas. Buenos y malos momentos, besos, carias y lágrimas. Siempre que la escucho intento buscar la luna. Y lo hago por que me calma. Me tranquiliza perderme entre sus manchas oscuras, me tranquiliza pensar en el absoluto silencio que tiene a su al rededor. Es entonces cuando entro en mi más íntimo mundo.


En ese mundo en el que nadie, nada más que yo, ha podido estar. Quizá por eso la luna sea mi talismán: solo unos pocos han podido pisarla, acariciarla, observarla. Solo unos pocos saben como es. Supongo que todos guardamos para nosotros algunos sentimientos, que no siempre están presentes y que solo puedes describir cuando los estás sintiendo. En mi caso, cuando escucho la canción.
Pero lo más curioso es que: aunque esté escuchando la canción a todo volumen, al final escucho el silencio, como hizo Iniesta: 
"Escuché el silencio. Se paró todo. Es difícil escuchar el silencio pero en ese momento yo escuché el silencio..."

24 de julio de 2011

Algunas manías...

Odio despertarme antes de que suene el despertador. La sensación que se tiene el domingo de: “mañana a clase”. Dar vueltas en la cama y no poder dormir. Comerme un bocadillo y encontrarme la tira que envuelve el salchichón. El nestea. La mezcla del olor del tabaco y el café. El marisco. Que se me salgan las sábanas de la cama en mitad de la noche.

Odio saber antes de la hora de la comida que tendré algo que no me gusta. Que sorban la comida. El sonido a las 8 de la mañana de mi padre afeitándose. Su humor amarillo. Determinadas tonalidades del color verde. Que se me taponen los oídos. Al los basureros a las 7 de la mañana. A las viejas gritonas de mi bloque.

Odio a Norma Duval. A los pelirrojos. Pintarme las uñas y que se me estropee una al instante. Morderme la lengua. El pescado. Tener ganas de estornudar y que no salga. Acabar de vestirte y mancharte mientras desayunas. Correr para coger el autobús. La gente que respira fuerte en mi oreja. Que me dejen esperando en la cola para pagar y la persona que tiene el dinero se vaya a “coger algo”. Ir sola a comprar. Ver una alfombra arrugada.

Me crispa que digan “cocrequeta”. La gente pesada. A los que te llaman al móvil 15 veces “aleatoriamente” para venderte algo. La frase “tú verás lo que haces”. Que la gente silbe en mis orejas. Repetir las cosas cuatro veces seguidas. Las arañas y cucarachas.

Odio la sensación que se te queda cuando despiertas de una pesadilla. No saber explicarme bien. El olor a asfalto recién puesto. Que el de arriba haga obras todos los veranos. Que suene el móvil y te cuelguen justo cuando vas a cogerlo… Que se me metan piedrecitas en los zapatos. Que se rían de mi. Las pintas que me ponía mi madre cuando era pequeña. Que me cuelguen el teléfono. Ordenar la habitación y que al día siguiente ya esté hecha un desastre…

En conclusión: tengo muchas manías…

23 de julio de 2011

Talla universal

 Me estaba helando de frío mientras sacaba al perro a las 9 de la mañana. Sentía ese airecito que se agradece a las dos de la tarde, pero que tan temprano te hace odiar a la humanidad. Fue en ese momento cuando me puse a reflexionar y caí en que, a lo largo de nuestra vida, de una manera u otra, todos terminamos sintiendo las mismas cosas pero por distintos motivos.

Todos empezamos correteando a la hora del recreo cuando somos pequeños y terminamos yéndonos a la cafetería de la universidad para comprar algo de comer (o para quedarte toda la mañana ahí) cuando ya somos mayorcitos. Muchos hemos pasado de jugar a los gogos a ir a un parque a hacer botellón y, posteriormente, a quedarte un sábado por la tarde estudiando (aunque estos dos últimos ejemplos aún siguen siendo practicados).
Todos sabemos lo que es sentirse decepcionado, la horrible sensación que es decepcionar a alguien importante. Todos nos hemos creído enamorarnos de pequeños y nos hemos reído de mayores al saber lo que es el amor de verdad (ni punto de comparación ¡vamos!).

Todos sabemos lo que es sentirse mal. El daño que hace una palabra mal dicha o una palabra que nunca se dijo. La sensación de no saber si lo lograrás, el dudar de ti mismo, no creer en ti. Pero luego, sin darte cuenta, tu instinto depredador hace que sigas luchando en el ring.
Pero también todos sabemos, qué es eso de ser feliz, cómo es el sentirte parte de algo. Que te quieran. Qué significa estar vivo.

Así que, poco a poco llegué a mi deducción matemática de extrarradio de que: los sentimientos tienen una talla raramente universal.
Y tras mi gran descubrimiento, volví a casa corriendo porque ya no sentía los deditos de los pies...

22 de julio de 2011

Me gusta

Me encanta taparme con la sábana hasta las orejas, incluso siendo verano. Mirar la luna y pensar si algún día podré verla de cerca. Escuchar una canción y cantarla bajito mientras voy caminando por la calle. Intentar hacer algo antes de que pite el microondas. Hacerle perrerías a mi perro. Cerrar los ojos e imaginar que estoy junto al mar. El olor de las piscinas. El calor del sol. 

Me encanta saber que soy la primera en algo. Saber que soy especial. Llorar de la risa. Que la gente confíe en mi para contarme sus secretos. Saber que voy progresando. Que la gente se ría con mis tonterías.

Me gusta mirar a las personas mayores y sentir esa fragilidad y delicadeza que siempre transmiten. Ir andando y reconocer olores. La brisa del verano un día caluroso. Mirar a los perros que pasan, sonreír y decir: “miiiiraaa que guaaapo”. Pasar cerca de su casa y mirar hacia su ventana por si él estuviera haciendo lo mismo.

Me gusta hacerme la niña pequeña. Sentirme identificada con algo o alguien. Animar a la gente que lo pasa mal. Perseguir a mi madre por el pasillo porque tengo ganas de enredar. No dejar escribir a mi novio porque quiero darle achuchones.

Me gusta saltarme la parte blanca de los pasos de cebra. La sensación de comer el primer helado del verano. Compartir una coca-cola. Comer nocilla. Beber un colacao siempre que no estoy en mi casa. El olor del limpiador de la madera

Me gusta dar brinquitos por la calle. Todo aquello que tenga muchos colores vivos juntos. Hacer trocitos pequeños con las hojas de los matorrales. Sentirme guapa. Mirarme en todos los escaparates que encuentro. Me gusta gustarme. Sentirme útil, necesaria. Oler a él.

En definitiva: Me gusta ser feliz.