21 de agosto de 2011

La Guerra de los Dos mil años

Os hablaré de la mayor guerra jamás vista. La guerra más sangrienta y más dolorosa.
Tus enemigos, como todos, esperan a la noche, a que estés distraído, para atacarte con su espada venenosa de doble filo. Te vigilan, investigan la zona  y planean sobre ti para ir directamente a tu talón de Aquiles.
        
Nunca matan a sus víctimas, prefieren dejarlas moribundas para que sepan hasta qué punto pueden abusar de ti. Eligen a sus vasallos cuidadosamente, los seleccionan por sus características, beben de su sangre.
Se trata de la guerra de los mosquitos. Esa guerra de la que todos somos partícipes y en la que cada uno es responsable de su propio destino. Estos mosquitos te chupan la sangre, te exprimen hasta que dejan su marca en tu piel.Yo sé perfectamente cómo es el proceso: revolotean sobre ti atemorizándote, amagan varias veces hasta que de repente sientes un pinchacito que, segundos más tarde, pasa a ser un picor insoportable mezclado con una sensación de quemazón justo en esa misma zona. Tú, en un intento de calmar aquél dolor, te rascas desesperadamente y entonces esa horrible sensación pasa a ser doblemente inquietante.

Estando en tu cama empiezas a pensar si habrá un bicho entre tus sábanas. Comienzas a darle vueltas al asunto y pasas de un sueño a una pesadilla: ya no podrás dormir esa noche. Al rato te levantas, vas al baño y ves tus primeras cuatro picaduras y la reacción que ellas provocan en ti. Intentas calmar la zona sin ningún éxito y te dices y repites: “no pasa nada, no me pica”. Cambias de cama en un intento de solucionar el problema del bicho entre las sábanas pero no piensas en que los mosquitos son más listos que tu: te seguirán hasta sacarte todo el néctar.
           
Y así ocurre, que cambias de cama y todo sigue igual. Al rato experimentes la misma sensación, así que ya sabes que no es problema de tus sábanas, es el puto bicho que está guerrero. Resultado del cambio: tres picaduras más, la mano hinchada y una noche sin poder conciliar el sueño.

Menudo festín para los o el mosquito. Seguro que ahora está tranquilamente en Mosquitolandia, fumándose un puro, acariciándose la barriga y eructando mi sangre. Pero que no cante victoria: se habrá impregnado del Rioja que bebí antes de ayer, no le quedará mucho de vida a esa perra mala, porque, encima, los putos mosquitos resultan que son mosquitas. La envidia de la hembra siempre latente.

Y así es la historia de los mosquitos, una historia que seguro que empezó en día de la pasión de Cristo, -seguro que a él también le picaron mientras llevaba la cruz a cuestas, si con tal de joder hacen lo que sea- una historia en la que siempre están en guerra, en la que siempre ganan ellos. Da igual que uses cremas que los repelan, ambientadores que aseguren su muerte... les da igual, seguro que alguno te alcanza y te absorbe por dentro. 

1 comentario:

  1. Fue terrible:

    Me llamo Juan Márquez. Estuve en México cuando cientos de castellanos y yo pusimos sitio a Tenochtitlán. Vimos a nuestros camaradas muertos, cuando los mexicas los arrastraban hasta la gran pirámide. Oíamos aterrados cuando sus puñales de piedra rompían el pecho de nuestros camaradas. Luego nos estremecíamos porque sus gritos retumbaban la noche. El sacerdote mexica levantaba el corazón aún humeante y recitaba horribles cánticos en su lengua pagana.

    Tengo 83 años y nadie ya se acuerda de nosotros. Nadie recuerda la gloria de quienes conquistamos Tenochtitlán. En mi carne aún veo las cicatrices de las armas mexicas. Sigo durmiendo en el suelo y con mis armas puestas, como hacíamos con Cortés.

    83 años y cada verano me acuerdo de la madre que parió a los putos mosquitos.

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