14 de octubre de 2011

Miedos...

"Hay miedos con los que uno aprende a ir conviviendo.
 Hay miedos hechos de inseguridades.
Miedo a quedarnos atrás...
Miedo a no ser lo que soñamos...
A no dar la talla..

Miedo a que nadie entienda lo que queremos ser...

Hay miedos que nos va dejando la conciencia: 
el miedo a ser culpables de lo que les pasa a los demás...

Y también el miedo a lo que no queremos sentir, a lo que no queremos mirar, a lo desconocido...

Como el miedo a la muerte, a que alguien a quien queremos desaparezca."

3 de octubre de 2011

Amistades botelloneras

Nos pasamos la vida intentando buscar “el amor”. Y lo llamo amor por llamarlo de alguna manera, porque, cuando eres pequeño, no buscas el amor, sino tener tema de conversación para el lunes que viene. Sí. Los quinceañeros no buscan pasar el resto de su vida con alguien. No quieren una estabilidad; no piensan en el mañana; en compartir su vida con alguien que les enseñe algo de la vida.

Cuando eres adolescente solo quieres que llegue el viernes para ir al parque de turno a comprar bebida ilegal, y así sentirte mayor. Para demostrar al mundo lo rebelde que eres. Para decir “qué responsable soy que controlo” y luego, al día siguiente, decir “si no me acuerdo de nada, voy a llamar a mi “mejor amiga” a contarle lo guay que soy, que bebí tanto que no sé por qué me duele la rodilla izquierda.” De este modo das que hablar y, así, tanto tíos como tías ven que eres muy mayor y que nada más te importa; que los estudios son para los empollones y que lo que mola es ponerse “tó pedo”. Has crecido y por eso bebes. Es triste, pero todos lo hicimos.

Esa misma tarde-noche de pedo llegas a casa a las 10 -siguen poniéndote hora por muy mayor que te creas- y haces todo lo posible para que tus padres no descubran que vas “pedo”. Tapas los chupetones que te hizo tu rollo de esa semana y sonríes mientras cenas porque esa tarde lo pasaste “mazo de bien”. Te plantas así en el lunes y, tras saber que tu rollo del finde anterior pasará de ti para todos los restos, ya piensas en el próximo que te meterá la lengua hasta la campanilla y te volverá a dejar el cuello cual pintura de Dalí.

Y así es como trascurren tus días de adolescencia: entre cubatas en un parque, con guantes en las manos del frío que hace y con gente a tu lado a los que llamas amigos y que dentro de dos años pasarán a ser simples conocidos. Pero solo te das cuenta de cómo perdiste tu vida cuando conoces algo nuevo, diferente; cuando ya no sientes esa necesidad de sentirte mayor, porque el tiempo te demostró que solo leyendo y aprendiendo vas madurando poco a poco. Porque además de parques hay museos y catedrales.
Es entonces, cuando pasas por ese mismo parque a las 7 de la tarde y ves a niños de 13 años morreando a una niña en una esquina y con un cigarro en la mano, que piensas: menos mal que salí de ahí.
Porque sí, saliste de un mundo que no te aportaba nada. Ni el chico que te traía loca pensaba en una vida en común ni tú te veías en ese mismo parque con 20 años más. Pero es lo que se lleva. Es la moda. Y, si no bebes, eres un friki que prefiere estar en su casa leyendo: “menudo empollón”.

Y ahora, años después, me doy cuenta de que perdí el tiempo en ese parque. Sí, me reí. Sí, estaba con gente que me sacaba de casa y me entretenía pero... ¿habrían estado al pie del cañón conmigo? No. Igual que yo no lo estuve con ellos porque... eran amistades botelloneras, nada más. No había palabras afectuosas ni respeto, solo un falso “eres la polla tía” y unos cuantos morreos con un tío al que se la traías al pairo. Pero oye, es la moda, y la moda -ya sabemos- que marca tendencia.

Y siguiendo con la metáfora, las modas pasan y se quedan al fondo del armario, debajo de un montón de ropa nueva que tiene ganas de seguir siendo fashion para siempre. ¿Será esta la moda que perdurará...?