14 de enero de 2012

Frágil senectud

Cogí el teléfono me contestó como si nada. Tranquila. Poco a poco empezó a ponerse nerviosa, a temblarle la voz. Hice lo posible porque se tranquilizara, le hablé de la forma más dulce y serena que me salió y le dije: “tranquila, abuela, ¿dónde estás?... Quédate ahí que te vamos a buscar”. Empecé a ponerme nerviosa según colgué el teléfono. Mi abuela, mientras tanto, lloraba en una parada de autobús porque se había separado de mi abuelo en un centro comercial y no podía encontrarlo porque él no tiene móvil -es de esos abuelos que no se hacen a los nuevos tiempos, y menos a la tecnología-. Salimos corriendo de casa, fuimos a su encuentro y la abracé lo más fuerte que pude. Ella, mientras tanto, seguía sollozando mientras pensaba dónde estaría su marido y lo mal que lo estaría pasando.

Hoy me di cuenta de la fragilidad de las personas mayores, de lo tiernos y adorables que son. De lo indefensos que se encuentran ante una situación atípica. Estuvimos dando vueltas por el centro comercial mientras mi abuela se lamentaba de lo ocurrido y mientras decía: “no doy más que problemas...” A lo que yo le contestaba: “nos puede pasar a todos, es sábado, hay mucha gente y es normal que os despistéis”. A la media hora llamó mi padre diciendo que mi abuelo estaba en nuestra casa, diciendo que no sabía donde estaba su mujer.

No se me olvidará la reacción de mi abuela, de mirarnos sonriendo con lágrimas en los ojos mientras se abrazaba a mi hermano y decía: “Ay, hijo, menudo disgusto más grande os habéis llevado”. No hacía más que suspirar. Seguía con el corazón encogido por lo que había pasado y sólo quería llegar a casa para encontrarse con él de nuevo. Por un momento el mundo se le había venido encima.

Cada vez que me acuerdo de lo que ha pasado esta mañana no puedo evitar emocionarme. Su fragilidad me recuerda a esos niños que lloran desconsoladamente cuando se sienten solos y no saben dónde ir.

No soporto ver a mis abuelos llorar. Será por eso de que están mayores, que enferman y que me hago consciente de que ya les va quedando menos para dejarme sin su presencia. Será que tengo miedo de que mi abuela un día no me reconozca cuando me vea. Pero hoy me di cuenta de que hay que preocuparse por aquellas cosas que realmente son importantes.
Me sentí bien al saber tranquilizarla, al darle la mano y hacerle ver que estábamos con ella. Me gustó abrazarla cuanto pude y verla sonreír cuando todo se solucionó.

Y hoy, marido y mujer dormirán juntos de nuevo como llevan haciendo desde hace más de 50 años...