3 de octubre de 2011

Amistades botelloneras

Nos pasamos la vida intentando buscar “el amor”. Y lo llamo amor por llamarlo de alguna manera, porque, cuando eres pequeño, no buscas el amor, sino tener tema de conversación para el lunes que viene. Sí. Los quinceañeros no buscan pasar el resto de su vida con alguien. No quieren una estabilidad; no piensan en el mañana; en compartir su vida con alguien que les enseñe algo de la vida.

Cuando eres adolescente solo quieres que llegue el viernes para ir al parque de turno a comprar bebida ilegal, y así sentirte mayor. Para demostrar al mundo lo rebelde que eres. Para decir “qué responsable soy que controlo” y luego, al día siguiente, decir “si no me acuerdo de nada, voy a llamar a mi “mejor amiga” a contarle lo guay que soy, que bebí tanto que no sé por qué me duele la rodilla izquierda.” De este modo das que hablar y, así, tanto tíos como tías ven que eres muy mayor y que nada más te importa; que los estudios son para los empollones y que lo que mola es ponerse “tó pedo”. Has crecido y por eso bebes. Es triste, pero todos lo hicimos.

Esa misma tarde-noche de pedo llegas a casa a las 10 -siguen poniéndote hora por muy mayor que te creas- y haces todo lo posible para que tus padres no descubran que vas “pedo”. Tapas los chupetones que te hizo tu rollo de esa semana y sonríes mientras cenas porque esa tarde lo pasaste “mazo de bien”. Te plantas así en el lunes y, tras saber que tu rollo del finde anterior pasará de ti para todos los restos, ya piensas en el próximo que te meterá la lengua hasta la campanilla y te volverá a dejar el cuello cual pintura de Dalí.

Y así es como trascurren tus días de adolescencia: entre cubatas en un parque, con guantes en las manos del frío que hace y con gente a tu lado a los que llamas amigos y que dentro de dos años pasarán a ser simples conocidos. Pero solo te das cuenta de cómo perdiste tu vida cuando conoces algo nuevo, diferente; cuando ya no sientes esa necesidad de sentirte mayor, porque el tiempo te demostró que solo leyendo y aprendiendo vas madurando poco a poco. Porque además de parques hay museos y catedrales.
Es entonces, cuando pasas por ese mismo parque a las 7 de la tarde y ves a niños de 13 años morreando a una niña en una esquina y con un cigarro en la mano, que piensas: menos mal que salí de ahí.
Porque sí, saliste de un mundo que no te aportaba nada. Ni el chico que te traía loca pensaba en una vida en común ni tú te veías en ese mismo parque con 20 años más. Pero es lo que se lleva. Es la moda. Y, si no bebes, eres un friki que prefiere estar en su casa leyendo: “menudo empollón”.

Y ahora, años después, me doy cuenta de que perdí el tiempo en ese parque. Sí, me reí. Sí, estaba con gente que me sacaba de casa y me entretenía pero... ¿habrían estado al pie del cañón conmigo? No. Igual que yo no lo estuve con ellos porque... eran amistades botelloneras, nada más. No había palabras afectuosas ni respeto, solo un falso “eres la polla tía” y unos cuantos morreos con un tío al que se la traías al pairo. Pero oye, es la moda, y la moda -ya sabemos- que marca tendencia.

Y siguiendo con la metáfora, las modas pasan y se quedan al fondo del armario, debajo de un montón de ropa nueva que tiene ganas de seguir siendo fashion para siempre. ¿Será esta la moda que perdurará...?

4 comentarios:

  1. Es cierto que, cuando uno evoluciona, mira hacia el pasado con ojos críticos y severos. Pero tampoco creo que haya que castigarse demasiado con el pasado.

    En todas esas juergas de parque también hay aprendizajes sociales. Se aprende a estar a solas; se aprende a aguantar una mirada; se aprende a hablar desde el corazón aunque sea por influencia alcohólica...

    No creo que sea excesivamente malo experimentar esos ritos de pasaje -que dicen los antropólogos- siempre y cuando no te quedes ahí por los restos.

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  2. El problema es que toda esa gente que como tú dices habla de corazón, en mi vida, ya no es nadie. Puedo hacer una lista de personas que me dijeron y me prometieron amistad eterna y años después ya no están. Claro está que alguno queda, pero la proporción es mucho menor.

    Cuando tu mejor plan de la semana es ir a un parque a beber, finde tras finde, semana tras semana: tienes un problema. Cuando no conoces nada más piensas que eso es "lo más", por eso mismo creo que: cuanto menos tiempo pases en esos ambientes y con esa gente, mejor.

    No todos pasan por lo mismo, pero en general la gente que con 23 años sigue bebiendo por norma todos los findes en un parque, poca esperanza hay de que salga de ahí. Y la prueba está en mi barrio con cuarentones que deambulan en el parque fumando porros y con botellas de cerveza en la mano...

    A mí, personalmente esa época no me aportó nada. Bueno sí, que me gusta el Vodka con limón y que nada de anís y Whisky... algo es algo.

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  3. Siempre aportan algo este tipo de experiencias. Al menos, te has sentido madura antes de lo normal. Ademas, aunque ahora lo veas como algo sin sentido, seguro que en aquellos momentos te entretenía, que al fin y al cabo es lo que se busca cuando se sale un fin de semana.
    Las modas adolescentes esta claro que no serán del gusto de las personas ya maduras, al fin y al cabo, con ellas se trataba de ser mayor de lo que realmente se era, y por eso el sexo, el tabaco y el alcohol, así como cualquier otro tipo de drogas, forman parte de este mundillo.
    Yo sinceramente nunca fui de hacer botellón en los parques, fui bastante tardío para casi todas las cosas, aunque como todo joven, tenia mis puntos de "rebeldía", por ejemplo, llevando unos playeros mas grandes que el barco del rey y sin atar....ya me dirás que útil era eso....era tan útil que había que meter varios pares de calcetines para así tratar de no perderlos..
    Ahora, cuando veo a los jóvenes alcolizados, deambulando sin saber para donde andan, pues, me alegro de no haber pasado por ese estado en mi adolescencia....mis grandes borracheras las deje para mi epoca de universitario

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  4. Hola anónimo:

    Creo que nunca escuché eso de comprar zapatillas más grandes para parecer mayor, de hecho yo odio que los pies se me vean grandes, pero sí, las modas y las generaciones van cambiando. Mi abuela me contó una vez que ella cuando estaba en esa época de efervescencia hormonal, se ponía garbanzos en los pechos para que parecieran pezones. No deja de ser curioso que una mujer que vivió la época de Franco hiciera eso.

    Claro que en aquella época yo era feliz -una felicidad a corto plazo-, pero sí, me lo pasaba bien y en ese momento era lo que más me llamaba. Por eso, ahora cuando veo que ya no lo necesito, que ya me siento un escalón por encima de aquello que era antes me alegro. No reniego de esa época, fue parte de mi vida, pero no volvería a ella ni por todo el oro del mundo.

    Gracias por comentar. Un saludo

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